miércoles, 25 de junio de 2014

JOHANNES BRAHMS - 1883 - TERCERA SINFONIA, op 90



Ya lo siento, lo siento. Os tenía abandonados (¿o me tenía abandonado a mí?). No se puede vivir sin música. No se debe vivir sin música. Y la obligación de un disco a la semana es tan poca cosa que me sonrojo de pensar que en las últimas dos semanas no os he subido ningún álbum a la dCaja,


La culpa la tiene Brahms, ja ja ja (pobre hombre) que me apabulló con sus dos primeras sinfonías, y que cuando escuché la tercera, fuera de contexto (en los viajeros días de San Bernabé), me supo a demasiado conocida, a continuación de las otras dos, o a música escuchada por obligación. Me acordé entonces que el filósofo Eugenio Trías me dijo cuando le hice una entrevista para Archipiélago, que él solía coger a un autor y que entonces escuchaba todo lo que podía de él. Esa manera tan trabajosa de escuchar música no debe de ser la mía y el plan que me hice de escuchar las cuatro sinfonías de Brahms, una por semana, se me vino lógicamente a pique.  

Ayer por la noche, sin embargo, me puse la tercera sinfonía en el ipod antes de ir a la cama, y volví a tener las mismas sensaciones de plenitud que hace cuarenta años. Bueno, también he de confesar que hacia el tercer movimiento me dio algún vahído y no sé si me llegué a dormir, pero eso es lo de menos. O lo de más: ¡que mejor cosa que dormirse arrullado por los violonchelos o por esos maravillosos bajos brahmsianos! Lo malo de las sinfonías de Brahms en ese sentido, es que no tarda mucho en ponerse épico, le da a las trompas y los  timbales y te saca del sueño antes de que se te haya hecho profundo. 

El cuarto movimiento lo he escuchado esta mañana en el desayuno (también pueden escucharse las sinfonías así) y me ha sabido a magdalenas. No recordaba ese final de la sinfonía tan calmado y poco épico (ideal para quedarse dormido).  Arrancar el día después de ese final se me ha hecho un poco cuesta arriba pero por lo menos he logrado desatascar este blog.

Buscad el momento de escuchar esta sinfonía, aunque sea por partes. Olvidaros de todo tipo de imágenes asociadas al mundo de la música y quedaros sólo con la música. Y dejaros llevar. Es impresionante. 


miércoles, 4 de junio de 2014

JOHANNES BRAHMS - 1877 - SEGUNDA SINFONIA OP 73



Como os había prometido, hoy os pongo en la dCaja la Segunda Sinfonía de Brahms. La dulzura del primer movimiento con unos arranques de valses que nublan el sentido no os deben confundir porque poco a poco la Sinfonía se va volviendo más seria. Yo recordaba muy bien que la Primera Sinfonía le costó sangre, sudor y lágrimas, porque después de las nueve sinfonías de Beethoven, componer una nueva que estuviera a la misma altura era todo un reto. Como Brahms lo superó y no en vano se llamó a su Primera la "décima sinfonía...", la siguiente le salió de corrido y con un comienzo muy optimista. Pero como digo, ya en el segundo movimiento, que por lo general suele ser más dulce o tranquilo, se empieza a ver que Brahms no quería caer en sensiblerías. Pongo como ilustración una imagen de CLARA SHUMANN con quien mantuvo una extraña relación romántica que mejor leeréis en su biografía o en un par páginas que os copio/pego y os linko.

De la página HAGASE LA MUSICA.COM

Johannes Brahms inició el trabajo de su Segunda Sinfonía en junio de 1877. La obra quedó concluida en el siguiente otoño y fue estrenada el 30 de diciembre de 1877 por la Orquesta Filarmónica de Viena dirigida por Hans Richter. Después de años de lucha para componer la Primera Sinfonía, Brahms descubrió que era mucho más fácil componer la Segunda. Trabajaba mejor lejos de la ciudad, durante el verano, y es así que escribió la Segunda Sinfonía en pocos meses, en una pequeña ciudad a orillas del lago de Wörth. La Segunda es una obra de arte de construcción compacta e inventiva rítmica y presenta un interesante paralelo con Beethoven.

Brahms mantenía una relación especial con Clara Schumann, esposa del compositor y pianista Robert Schumann y ella misma una pianista consumada. La amistad se inició cuando Brahms ayudó a la familia Schumann durante la hospitalización del compositor y después de su muerte. A menudo, Brahms pedía consejo a Clara con respecto a la música que estaba componiendo o su opinión sobre piezas recién terminadas. La Segunda Sinfonía no fue una excepción a la regla.

Es difícil comprender cabalmente la naturaleza de los sentimientos que Brahms abrigaba con respecto a Clara. Cuando él estaba en sus veinte y era todavía un protegido de Schumann, amaba a Clara a una distancia respetable. Mientras Schumann estuvo internado en un manicomio, durante sus últimos años, Brahms expresó su afecto más abiertamente, pero se contuvo en cuanto a actuar consecuente con él. Escribió: "Mi muy querida Clara, desearía poder escribirte tan tiernamente como te amo y hacer por ti todas las cosas buenas y afectuosas que me gustaría. Eres tan infinitamente querida para mí que no puedo expresarlo en palabras. Desearía llamarte mi querida y muchos otros nombres, sin dejar nunca de adorarte."

Después del fallecimiento de Schumann, Brahms estuvo en condiciones de pensar de manera más realista con respecto a una unión con Clara. Pero no le pareció correcto. Era su amiga y él la amaba, pero también era la viuda de Schumann. Además, Brahms sabía que la vida doméstica interferiría con su trabajo creativo. Escribió a su amigo Joachim: "Creo que no la respeto y admiro tanto como la amo y soy presa de su hechizo. A menudo debo contenerme con fuerza para no rodearla con mis brazos en silencio e incluso... no sé, me parece tan natural que ella no lo tomaría a mal. Creo que ya no podré amar a una muchacha, al menos me he olvidado por completo de ellas. No hacen sino prometer el cielo, en tanto que Clara nos lo revela."

Clara y Brahms habían estado en contacto diario permanente, pero después ella se mudó a Berlín y él regresó a Hamburgo. Mantuvieron una correspondencia sostenida y Brahms le enviaba cada una de sus composiciones para que ella le diera su opinión. Pero el amor no se comentaba abiertamente. Brahms nunca se interesó tan profundamente por ninguna otra mujer, pero no logró decidirse a establecer un compromiso decisivo con Clara. Muchos años después él insistió en que se devolvieran las cartas y las destruyeran. Clara aceptó con desgana, pero se las arregló para conservar algunas de sus favoritas. Debido a que la mayor parte de la correspondencia fue quemada, probablemente nunca tendremos información como para comprender del todo la extraña relación que hubo entre estos dos artistas.

Después de años de lucha para componer la Primera Sinfonía, con muchas versiones preliminares enviadas a Clara para recibir sus sugerencias, Brahms descubrió que era mucho más fácil componer la Segunda. Trabajaba mejor lejos de la ciudad, durante el verano, y es así que escribió la Segunda Sinfonía en pocos meses, en una pequeña ciudad a orillas del lago de Wörth. Cuando estuvo lista, le envió a Clara el primer movimiento, que ella alabó. Predijo que esta obra tendría un éxito más inmediato con el público que el que había logrado la Primera, y estuvo en lo cierto. El tercer movimiento fue tan bien recibido el día del estreno que hubo que repetirlo.

La Segunda Sinfonía presenta un interesante paralelo con Beethoven. Brahms tenía permanentemente presente al compositor anterior, cuya música fue para él modelo e inspiración. Beethoven había escrito sus Sinfonías Quinta y Sexta muy cercanas una de la otra y lo mismo hizo Brahms con su Primera y Segunda. La Quinta es meditabunda pero apasionada, emocional pero triunfante y está en la tonalidad apropiada, Do menor. La Primera de Brahms comparte la tonalidad y el estado de ánimo con la Quinta de Beethoven. La siguiente sinfonía de Brahms comparte el estado de ánimo (pero no la tonalidad) con la posterior Pastoral de Beethoven. Ambas son idílicas, sin problemas y pacíficas (aunque hay mucho drama interior en ambas obras).

Brahms, que no creía en la música de programa, nunca hubiera llamado Pastoral a una sinfonía y sin duda se hubiera molestado con cualquier comentarista que detectara en la Sinfonía en Re mayor reflejos del ámbito campestre y pacífico donde la había concebido. Pero no se puede negar que, si alguna de las sinfonías de Brahms merece ser considerada pastoral, es esta. A grandes rasgos, dentro de la producción de Brahms, ocupa el mismo lugar que la Sexta de Beethoven, la Primera de Schumann, la Octava de Dvorak, la Quinta de Schubert, la Cuarta de Mahler, la Cuarta de Bruckner y la Tercera de Mendelssohn en las respectivas listas de dichos compositores. Parecería que escribir una sinfonía pacífica era algo que estaba obligado a hacer todo compositor romántico que se respetara. La Segunda de Brahms es una obra de arte de construcción compacta e inventiva rítmica, cualidades no necesariamente relacionadas con la música pacífica. 

Brahms era una extraña combinación de humildad y seguridad en sí mismo, de reserva y honestidad. No podía hablar directamente de sí mismo ni de su trabajo, pero estaba dispuesto a comunicarse a través de acertijos, ambigüedades o falsas modestias. Así que era capaz de llamar a la Segunda Sinfonía una colección de valses. Su confianza en sí mismo subyacente a veces asomaba detrás de su fingida modestia: dijo a su amigo Schubring que la sinfonía era "una obrita muy inocente y alegre". Brahms continuó comparándola favorablemente, a su modo típico reticente, con la música de otros compositores: "No esperes nada y durante un mes antes no toques sino a Berlioz, Liszt y Wagner; después su tierna amabilidad [la de su sinfonía] hará un gran bien." Después del gran éxito del estreno de la Segunda, el compositor dijo, con su habitual pseudo autonegación: "No sé si tengo o no una bonita sinfonía. Tendré que preguntarle a gente más sabia." Por supuesto, no había gente más sabia, como bien lo sabía Brahms. También sabía que la sinfonía es realmente "bonita", como lo sabemos todos los amantes de la música no tan sabios.



Comentarios de Gumersindo Diaz Lara. Aquí